lunes, 21 de junio de 2010

Sobre la crítica en general

George Steiner habla, en este caso, de un crítico literario de gran valor, F. R. Leavis (al que no deja de amonestar severamente por determinadas actitudes cerriles), pero especialmente del nefasto contexto en que se desenvolvió la tarea del tal crítico. Es evidente que la panorámica (y pese a ser un artículo publicado en 1962), puede trasladarse, casi al pie de la letra, a nuestra circunstancia actual. Barcelona, 2010, sólo hay que cambiar los diarios, las instituciones, las universidades, los nombres de los personajes principales y las obsesiones de cada cual. También es válido para el teatro.

"En una época de calidad intelectual fantásticamente baja, de untuosa pseudocultura y de completa indiferencia a los valores -en el siglo del club de lectores, del digest y de los centenares de grandes ideas para las publicaciones por fascículos- la 'necesaria actitud de absoluta intransigencia' de Leavis ha tenido una fuerza ejemplar y conmovedora. Sin embargo, el mantenimiento de esta actitud tuvo para él un cruel coste psicológico.
·····Tuvo que definir y, en notable medida, crear por sí mismo al 'Enemigo'. Como un heráldico y fabuloso monstruo, el Enemigo poseía muchas cabezas. Entre ellas se contaban las de los periódicos dominicales y The Guardian, así como las de todos los dómines que escribían en ellos; el Times Literary Supplement, el senor Pruce-Jones y su padre (que se adentra en el mito de la vituperación de una forma oscura y recurrente); los 'intelectuales' del Tercer Programa y el entourage del New Statesman; el Consejo Británico y el Encounter; el sehñor John Hayward, el profesor C. S. Lewis, Lord David Cecil, y todos los que compartían el estudio y la enseñanza de la literatura con la búsqueda de la elegancia o de la ciencia ficción; y en los últimos tiempos, descollando entre todas las cabezas de la hidra, C. P. Snow. El Enemigo representa la comodidad, la frivolidad, las camarillas mundanas, la utilización de la cultura para la adulación o la cordialidad mutua. El enemigo encarna 'los valores de uso corriente en la sociedad literaria urbana y en los medios universitarios asociados a ella'. El Enemigo crea gigantes filosóficos como el señor Colin Wilson un buen domingo por la mañana y los pisotea cuando cambia el viento. El enemigo propaga la noción de que Virginia Woolf era un intelecto superior o de que el nervio vital del pensamiento inglés late en el Ateneo, en las quietas aguas de All Souls, o en Printing House Square. El enemigo es una clase dirigente intelectual. Su semblante es nuestro y su tono afable.
·····Detrás de este dragón artificial hay una cierta realidad compleja. Al ser compacta desde el punto de vista geográfico, la vida intelectual inglesa es claramente vulnerable a las presiones de clubes y camarillas; el artificio de un renombre puede verse rápidamente conjurado o revocado. En los estanques pequeños, los tiburones pueden cobrar momentáneamente la apariencia de leviatanes. También es cierto que existe entre las universidades y el mundo de la prensa, las revistas y la radio una alianza de vulgarización activa. Un sorprendente número de académicos muestra tener olfato para el exhibicionismo; con demasiada frecuencia, las ideas resultan, de hecho, intrincadas y provisionales, siendo arrojadas crudas, como si fueran ramos de flores, a las fauces del público. Al contemplar en su trabajo a algunos de los más brillantes autores, apenas se atrevería uno a suponer que el pensamiento y la erudición sean -cuando se realizan llevando la tensión a su pleno y doloroso máximo- un raro, solitario y con frecuencia absorbente ejercicio del espíritu. Por encima de todo, hay en la clase dirigente intelectual y artística de Inglaterra un sesgo peligroso que la hace tender al encanto personal, al eufemismo y a la delicadeza propias de los aficionados. Con demasiada frecuencia, los juicios de los críticos y de los electores de los consejos de universidad se hallan oscurecidos por unos criterios de aceptación social que, siendo complejos y apenas definibles, están no obstante profundamente arraigados. El 'buen tipo', el hombre con el que a uno no le importaría cenar, asciende suavemente hasta la cima. El genio molesto, espinoso y apasionado -ya sea un gran historiador de la política, el inventor del motor a reacción, o el autor de The Rainbow- encaja mal en los suaves caminos trillados de la gran sala de estar. Los pasillos del poder o de la financiación oficial se hallan cerrados a su intensidad inoportuna y carente de tacto."
George Steiner. "E. R. Leavis". En: Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano. Editorial Gedisa, Barcelona, 2003; págs. 264-266.