domingo, 8 de agosto de 2010

"Es tal la extraña vitalidad de la ficción que a menudo ensombrece la identidad de su forjador... Nada sabemos de Homero, pero Agamenón y Aquiles, Circe y Helena son los predios habituales y estables de los que nuestra cultura saca sus rentas. El hecho histórico de Shakespeare es enigmático, pero Lear y Macbeth, Cleopatra y Calibán, Malvolio y el Príncipe Hal son tan reconocibles y familiares como el aire que respiramos. Distinguimos nuestros rasgos en la ficticia presencia de los suyos. ¿Quién sino el erudito puede identificar a los primeros procreadores de Fausto y Don Juan? Y sin embargo, esos dos nombres, que nos remiten al inquietante pináculo del deseo, son palabras de todos los días.
·····Sin estos personajes, nuestro pasado interior sería una cripta de muda muerte. Desde Homero y el Sócrates imaginado por Platón hasta el Charles de Proust y el Leopold Bloom de Joyce, los peldaños de lo verdadero están en la escalera de la ficción. Ese diálogo entre las sombras inapresables y lo vivo es lo que da a nuestras palabras su poder de evocación. Haber alumbrado el milagro de lo perenne es la hazaña suprema del artista. Sólo entonces habrá realizado le dur désir de durer, el duro deseo de durar más allá de la brevedad de lo mortal. Pues aunque cada época dé origen a infinidad de personajes en el arte, la poesía y la ficción, sólo algunos ostentan el nimbo de la gracia. Pocos pueden salvar el abismo que se abre entre la sustancia momentánea y la sombre de lo perenne."
George Steiner. "Mirimée". En: Lenguaje y silencio. Ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano. Editorial Gedisa, Barcelona, 2003; pág. 298.

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